miércoles, 2 de mayo de 2018

MICRORRELATO "EL 59" POR ALBERTO ALFREDO LUCERO

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El siguiente microrrelato fue uno de los finalistas en el 1er Certamen Internacional de Expresión Cultural "Un Vistazo", bajo la temática Crítica Social, premiado el día 25 de Febrero de 2018 en las Oficinas de la Confederación de Trabajadores de México, ubicado en el Estado de Oaxaca. 

A la vez fue publicado en la Revista Digital Educación Alternativa "Un Vistazo" el 22 de Marzo de 2018, Año 1, Número 1, pp. 7-9.



"EL 59"
POR ALBERTO ALFREDO LUCERO
ARGENTINA


El caramelo quedó sobre la mesa y él recostado en la pared, lastimado, sin moverse. Volvió al recuerdo infantil del último dulce resabido en la boca. Una y otra vez la saliva obstinada, luchaba contra el olvido. El caramelo fue masticado y depositado allí por Dulce antes de comenzar su tarea inquisitoria, diaria y constante.

Cualquier otro sabor alteraría el recuento de sus días de infancia, ese débil calendario construido en momentos de lucidez. Saber, por ejemplo, si fue en su cumpleaños número siete cuando le regalaron una bolsa de caramelos en la escuela, antes del festejo familiar, íntimo, de leche con cascarilla de cacao y una torta de vainilla con velitas de mazapán. Se recostó sobre el isquion derecho. Lo hizo despacio, anticipándose al dolor para neutralizarlo. Alcanzó el jarro y bebió unas gotas de agua. Otras, muchas, se escurrieron por la barba regando parte de la pierna y el piso.

Sentir su cabeza reclinada sobre el hombro, lo llevó a pensar sobre cuál de sus costados estaba inclinada la cabeza de Jesús ya crucificado. No podía recordarlo en los crucifijos y la cabeza iba a un lado ora al otro en su imaginación, como si Cristo estuviese negando categóricamente algo. Tampoco recordaba otro nombre que el de Barrabás. Había otros crucificados, pero no recordaba los nombres. Ni siquiera cuál de los dos estaba a la diestra de Jesús. Ni él mismo en la sala de conferencias -llevando la cabeza de un lado a otro negando nombres, negando lugares, con sus huesos rotos- admitiría su propia sed, ni otorgaría jamás el perdón a Dulce por dejar el caramelo masticado en la punta de la mesa. Podía sobreponerse al asco de la saliva de otro sobre la dulce superficie que lo llevaba a sus días acaramelados, pero tampoco perdonaba que Dulce lo hubiese colocado a una distancia inalcanzable para él en ese momento. Estaba como un Jesús en su última hora, con las manos impedidas de ayudar a sus correligionarios, pero aún conservaba el arma del silencio. Buscó el jarro de lata y sorbió un par de gotas más abriendo los labios y pasando el agua entre los dientes, chupada con la lengua hecha ventosa.

Fueron unas pocas gotas de agua tibia. Hubiera preferido hacer un buche y silbar como pájaro. Lo había aprendido en las siestas de carnaval de un año remoto, de modo casual, llenando un balde con agua del grifo, y tuvo sed y sorbió del chorro y silbó hacia adentro y se sorprendió por el hallazgo. Un sonido extraño, agradable, como un pequeño pájaro de agua gorgoreando en su boca. Corrió a mostrar la novedad entre sus amigos del juego y lo recibieron con baldazos de agua. Con el rabillo del ojo alcanzó a ver a alguien haciéndole señas desde una puerta para que se guareciera allí y cuando llegó, otro baldazo de agua terminó de empapar sus partes aún secas. Se rió junto a los demás, divertido y mojado y comprendió que la lealtad sólo se aprende construyéndola entre pares jugando el mismo juego.

Las que primero hallaron el caramelo partido fueron las moscas y luego llegaron las cucarachas a disputar la comida, pero el temible batallón de hormigas dispersó a los intrusos. En pocos minutos el alimento fue trozado y transportado hacia los confines de la pared a través de un agujero diminuto. Quedó parte del jugo desparramado y pegajoso que no pudieron llevarse las hormigas, entonces volvieron las moscas y las cucarachas. Pero éstas ya no le servían para dejarse llevar a la infancia, sino que lo escoraban como a un viejo barco desfondado en el río.

Se acomodó lo mejor que pudo e intentó dormir. Al rato entró Jesús y le recriminó su falta de memoria. Lo hizo irrumpiendo en el sueño que había logrado conciliar a pesar del dolor y ardores de la piel contra el suelo y la pared. Le presentó a Barrabás y también a Dimas y a Gestas. Se les notaba claramente que venían de parranda. Hicieron un par de chistes contra los romanos a quienes dejaron genuflexos, besándose el propio pene, mientras reían a carcajadas por la ocurrencia. Dimas se quejó del poco espacio que había y Gestas le insinuó a Jesús que hiciera algo para ampliar la estancia. Nuevas risotadas hicieron temblar las paredes. Jesús golpeaba la mesa festejando la ocurrencia y Barrabás, en la reja, gritaba tratando de putos a los guardias del pasillo. Dimas, muy tranquilo, esperó a que se le pasara la risa y le dio un poco de agua del jarro y él sorbió con ganas ignorando el dolor de la boca. Era buena cosa esa de estar entre amigos. Dio las gracias, pero Gestas lo atajó recordándole que los cuatro estaban allí para evitar que olvidara su prosapia, y lo dijo más grave que divertido. Dimas le retiró el jarro casi vacío y, sin dejar de mirarlo a los ojos, le mostró los agujeros de sus manos y de sus pies crucificados. Los dos restantes hicieron lo mismo y Barrabás mostró su cuerpo cruzado de horribles cicatrices. En silencio cubrieron sus marcas con las túnicas hasta que la oscuridad se los llevó, y él quedó con la convicción de que sus corazones no estaban ultrajados, sino fortalecidos, porque la violencia –por toda respuesta a sus ideas- era exactamente el reconocimiento a su poder. Acomodó mejor su cuerpo y terminó por dormirse profundamente.

Dulce entró con guardias para llevarlo, malherido como estaba, arrastrándolo a la sala de conferencias, como solía llamar a la sala donde ejercía su trabajo demoledor. En la puerta de rejas estaban apoyados y sonrientes los cuatro revolucionarios del sueño, Jesús, Barrabás, Dimas, Gestas, aún con las botellas en mano, quienes echaron un buche a su salud, entre vítores y carajeadas de aliento. Él les dijo que en minutos volvería a seguir bebiendo y sonrió. Supo en ese instante que afuera los barrabases se multiplicaban, porque a fin de cuentas Jesús, Jesús podría ser cualquiera.


FIN



Alberto Alfredo Lucero, Director Teatral Nacional ENAD-UNA, Escritor, Fundador y Docente en Kuentera e Investigador de las temáticas del Cuerpo y la Palabra.

Originario de Buenos Aires, ha tenido una formación académica laboriosa, preparándose como Director Teatral en  la Escuela Nacional de Arte Dramático "Cunill Cabanellas" 

Se especializa en la investigación de los procesos estéticos que utilizan el habla oral como expresión central (oralidad primaria y oralidad secundaria) y la investigación de los procesos paralelos a aquéllos, tales como, grupos operativos dedicados a la docencia, salud, venta, producción, entre muchos más, se hallan dentro de la tarea específica que realiza a través de Kuentera desde 1991.

El microrrelato "El 59" antes expuesto, fue acreedor al Octavo lugar del 1er Certamen Internacional de Expresión Cultural "Un Vistazo", cabe mencionar que compitió contra grandes escritores provenientes de América Latina y España. 

Es para nosotros un verdadero honor, hacerles llegar este microrrelato desde nuestro Blog Educación Alternativa "Un Vistazo", por medio de nuestras Redes Sociales. 



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A. Lucero (02 de Mayo de 2018) Microrrelato 59 por Alberto Alfredo Lucero [Mensaje Blog]. Educación Alternativa "Un Vistazo". Recuperado de https://alternativaeducat.blogspot.mx/2018/04/microrrelato-tell-y-los-afroditas.html

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